Inés Arias de Reyna

Me presento

Me presento

Me gusta la fantasía que me provoca mirar el falso jazmín de la valla que separa mi casa de la del vecino. El olor dulzón del jazmín al atardecer me lleva de viaje a los Acantilados del Sueño, donde suelo detenerme en el ágora de las mariposas; cuando te sientas en el centro y miras alrededor, un fulgor de miles de millones de alas multicolores se te clava en la retina y te deja sin respiración.

Me gusta lamer un helado de fresa mientras charlo con un silfo que ha aparecido revoloteando por la ventana de mi despacho. Pero odio que me interrumpa la lectura un enjambre de hadas revoltosas cuando estoy en el salón de mi casa, a la lumbre de la chimenea, escuchando a Billie Holiday.

Una de mis sensaciones favoritas es la de pasear a la luz de la luna por una senda de tierra y encontrarme con una dríada que asoma la cabecita por una de las ramas de su árbol. Las dríadas de los nogales son las que mejor me caen; las de los castaños me dan un poco de miedo; las de los robles me parecen unas insolentes; y las de las higueras, unas chismosas.

Las ciudades de los pájaros me ayudan a desenfadarme cuando he discutido con alguien. Me siento en alguna piedra (si hay un muro, mejor) y los escucho piar de un árbol a otro. Si cerca hay algún riachuelo, lo agradezco, porque así puedo disfrutar del consejo melodioso de las ondinas.

Odio que me quieran convencer de que la fantasía no existe. Me irritan aquellos que no ven a los hombres grises, pero me enfurecen mucho más los propios hombres de gris.

Adoro a Casiopea. Soy Casiopea. Y vivo en Andrómeda.

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