Cuando uno empieza a leer un relato, no reacciona igual si se encuentra con una historia ambientada en el Antiguo Egipto, en el Nueva York actual o en la Tierra Media.
Aceptar un tipo de ambientación implica predisponer al lector a una serie de añadidos que vienen con ella. En el Antiguo Egipto, no había vaqueros, tampoco la Tierra Media parece el lugar más adecuado para introducir a un personaje vestido con esos pantalones. Si lo vemos en el Nueva York actual, nos pasará desapercibido.
Esto significa que, dependiendo de las decisiones que tomemos como autores y la manera en las que las traspasemos a la historia a través de la voz del narrador, así condicionaremos nuestra historia.
¿Hay algo imposible en fantasía? No, si estamos empeñados en que haya vaqueros en el Antiguo Egipto solo tenemos que proveer al personaje de una máquina del tiempo.
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