La inclusión del elemento imposible
Al principio de un relato se pacta con el lector una serie de cuestiones, entre ellas el género. En muchas historias, en la primera parte se nos sitúa en un plano realista, que luego resulta girar hacia uno no realista.
Para que este juego funcione tenemos primero que estudiar cómo incluir el elemento imposible, y aquí tenemos dos opciones: o introducir a lo largo de todo el relato una serie de indicios que nos preparen para lo fantástico o generar una cierta atmósfera sobrenatural cuando surge el elemento imposible.

Alas de fuego – Mujer ardiente
Por otro lado, también es importante la reacción del personaje que se encuentra, hasta ese momento (el de la inclusión de lo imposible) en un entorno realista. Podemos ofrecer dos reacciones: la extrañeza ante lo que está viendo o la aceptación de ese hecho. En el primer caso, el efecto que lograremos en el lector será el del desasosiego (propio del realismo fantástico); en el segundo, provocaremos asombro (propio de la fantasía maravillosa).
Por tanto, la pregunta que habrá de formularse el escritor es qué efecto busca lograr: asombro o desasosiego. ¿Quiere que al terminar la historia el lector sonría o que le recorra un escalofrío? Cómo manejemos el elemento imposible, y la narración en sí misma, será diferente dependiendo de lo que busquemos provocar en el lector.
El reto de lo imposible
El tratamiento de los sucesos imposibles es, sin lugar a dudas, lo más complejo en la escritura de los relatos fantásticos. Conseguir la verosimilitud en esos sucesos que la mente humana rechaza como veraces es el reto al que se enfrenta cualquier escritor de lo fantástico.

(c) Adam Howie
El género ave fénix
La ciencia ficción: el ave fénix de los géneros.
Llevamos doscientos años de ciencia ficción y no ha habido una década en la que no se afirmara que el género estaba muriéndose. Es posible que sea el ave fénix de los géneros literarios; un género que necesita morir para revivir una y otra vez, para seguir contando el mundo en el que nos ha tocado vivir, desde la proyección de lo que podemos llegar a ser como sociedad y como individuos.
El viaje maravilloso
Cita Todorov en su Introducción a la literatura fantástica, que de tanto leerla voy a borrar su existencia, a Pierre Mabille, que dice: «Más allá del esparcimiento, de la curiosidad, de todas las emociones que brindan los relatos, los cuentos y las leyendas, más allá de la necesidad de distraerse, de olvidar, de procurarse sensaciones agradables y aterradoras, la finalidad real del viaje maravilloso es, y ya estamos en condiciones de comprenderlo, la exploración más total de la realidad universal».
Y a mí me da por añadir que nos acerca a aquello que apenas tocamos con la punta de los dedos: la felicidad.
Entre improbables e imposibles
La diferencia entre un elemento improbable y uno imposible radica en que lo improbable puede ser explicado con las leyes de la naturaleza conocidas: es raro que suceda, pero puede pasar que una loba amamante a un bebé recién nacido, por ejemplo. Sin embargo, un hecho imposible es aquello que no puede ser explicado por la naturaleza o por la lógica humana: como un espantapájaros que cobre vida y se arrastre por el jardín de una casa hasta el dintel de una ventana.
La infección
Los autores de fantasía tenemos la tendencia de quedarnos obnubilados con los lugares y las razas que creamos. Yo me imagino a los creadores (más que nada, porque me he sentido así alguna vez) mirando las musarañas con una sonrisa bobalicona. En las musarañas, está ese mundo que ha inventado y que mira con arrobo, mientras se dice a sí mismo: «Eso lo he creado yo… qué bien me ha quedado —y se da una palmadita en la espalda—, el resto del mundo tendría que conocerlo tan bien como yo». Ese deseo de compartir con los demás nace del mismo pulso que nos lleva a escribir, solo que los fantásticos se cubren de una manta de asombro por su propia creación que, lamentablemente, los ciega.
Cuando esto ocurre, las descripciones de los lugares, las razas o los inventos infectan la narración. Sé que suena dura la palabra infectar, pero es que en muchas ocasiones esas descripciones innecesarias se convierten en una plaga que mata lo importante. Si escribimos un relato fantástico hemos de prestar especial atención en no introducir ninguna descripción que no ayude a que la acción avance o a que se comprenda mejor la motivación de los personajes.
En mi experiencia, he visto que dos son los grandes peligros del escritor de fantasía: no cuidar el pacto con el lector (es decir, no atender como es debido la verosimilitud) y caer en las descripciones innecesarias.
Elementos fantásticos
Es habitual que en los relatos feéricos (aquellos que enraízan con las fábulas de antaño) el elemento fantástico sea un ser maravilloso (un elfo, un gnomo, un troll) o que en relatos futuristas sea un robot; ahora bien, el elemento fantástico también puede ser un artefacto o, por qué no, el propio mundo.
Así pues, un elemento fantástico no tiene que ser un individuo, puede ser un objeto o un mundo. Cualquier cosa que implique una trasgresión con el mundo real y nuestro conocimiento del mismo.
Lo fantástico va unido a la trasgresión, a lo imposible, a lo que podría ser, pero no es, a todo aquello que remueve nuestro paradigma del mundo. ¿Remover? No, esa no es la palabra, más bien es convulsionar. Cuando una historia fantástica es realmente buena es cuando el elemento fantástico consigue que se tambalee nuestra concepción de la realidad.
La ambientación en fantasía
Cuando uno empieza a leer un relato, no reacciona igual si se encuentra con una historia ambientada en el Antiguo Egipto, en el Nueva York actual o en la Tierra Media.
Aceptar un tipo de ambientación implica predisponer al lector a una serie de añadidos que vienen con ella. En el Antiguo Egipto, no había vaqueros, tampoco la Tierra Media parece el lugar más adecuado para introducir a un personaje vestido con esos pantalones. Si lo vemos en el Nueva York actual, nos pasará desapercibido.
Esto significa que, dependiendo de las decisiones que tomemos como autores y la manera en las que las traspasemos a la historia a través de la voz del narrador, así condicionaremos nuestra historia.
¿Hay algo imposible en fantasía? No, si estamos empeñados en que haya vaqueros en el Antiguo Egipto solo tenemos que proveer al personaje de una máquina del tiempo.
La mirada de la fantasía
La mirada del escritor es una de las cualidades que todo autor debe cultivar. Pero ¿es distinta la mirada del escritor de fantasía?
Es natural que nos preguntemos si hay diferencias, si uno tiene que ver a su alrededor elfos, robots o monstruos informes para llegar a ser un buen escritor de literatura fantástica.
En realidad, la esencia es la misma para todos los autores, escriban en el género que escriban. Hemos de buscar el detalle de nuestro entorno. Hemos de intentar ver lo que nos rodea con ojos nuevos, como los de Adán o los de Eva. Hemos de ser turistas de la ciudad en la que vivimos.
Pero con una pequeña diferencia. Si queremos escribir fantasía, habremos de darle la vuelta a las cosas, a la realidad misma: hemos de cruzar al otro lado del espejo.
Pongamos un ejemplo. Busquemos un detalle fútil, tan cotidiano que sea invisible. Un lápiz, por ejemplo.
Lo cómodo para un escritor primerizo (o uno que no ha desarrollado la mirada del escritor) sería limitarse a la utilidad que todos conocemos del lápiz: la de escribir; y así nos contaría como el lapicero le inspira para escribir o como no consigue que despierten las musas, por lo que se queda mirándolo ensimismado mientras la hoja en blanco sigue… en blanco.
El escritor, llamémosle «realista», con una mirada más atenta se pregunta qué hay de nuevo en un lápiz, qué le provoca y, quizá, acabe convencido de que ese instrumento tan nimio se puede convertir en el objeto nuclear de una historia en la que una madre pierde a su hijo: el lapicero, mordisqueado por el extremo opuesto a la mina, abandonado encima de la mesa de juegos del pequeño, se convierte en el símbolo de la pérdida.
El escritor de fantasía también se pregunta qué hay de nuevo en un lápiz, qué le provoca. Si ese escritor es novel, puede que caiga en lo fácil: en la prosopopeya. Le dará una voz al lápiz y lo hará moverse como si fuera un humano. En la fantasía, también hay tópicos. La prosopopeya es uno de los recursos más minados (nunca mejor dicho) en los géneros de lo imposible.
Un escritor un poco más avezado puede que no se quede ahí y se pregunte qué hace del lápiz un lápiz. Se rasca la barbilla y mira con atención. Ve como los colores negro y amarillo resaltan, cada vez más, ante sus ojos. El lápiz no es un lápiz: es una avispa. Entonces sus ojos transforman lo que está observando y decide ponerle, para ver qué pasa, unas alas. El lápiz vuela, se sitúa a la altura de su nariz y sale volando por la ventana, el zumbido se escucha unos instantes, hasta que el escritor descubre que tiene frío y cierra la ventana. ¿Qué historia se esconde detrás de un lápiz-avispa?
Pero si nos quedamos aquí, estaremos cayendo en la tentación de convertir la literatura fantástica en literatura para niños. Y no se trata de mirar con ojos de niño, sino con ojos de Eva y de Adán.
Si siguiéramos al lápiz-avispa es probable que llegáramos a un bosque donde cada animalillo, insecto y piedra tendría forma de algún objeto de escritor. Estaríamos en el Bosque Escritorio. Los niños que escuchen esta historia aplaudirán encandilados con la idea de una lámpara-zorro, un teléfono-murciélago y una goma-margarita.
Pero… ¿y los adultos? ¿Cómo ejercitamos la fantasía para historias de géneros imposibles sin caer en el tópico o en la infantilización? Buscando el sentido de las cosas. Igual que el escritor realista.
Los lápices existen para que podamos escribir. ¿Sí? ¿Y si lo miramos desde el otro lado del espejo? Uno intenta escribir y no lo consigue (el tópico del escritor novel), así el lápiz se convierte en un maldito instrumento de tortura. ¿Tortura? ¿Instrumento? ¿Un lapicero asesino? Un niño juega en su mesa de pintar. Toma del estuche el lápiz de color morado, pero se le rebela, sale de su pequeña mano y se le clava en la garganta, para cuando la madre llega, el niño ha muerto y el lápiz está sobre la mesa, limpiamente inofensivo.
De símbolo de pérdida a asesino. Así es como juega la mirada del escritor de fantasía. Comenzamos en este lado del espejo, en la realidad, y viajamos por las posibilidades que nos ofrece nuestro conocimiento del mundo y las distorsiones que se nos ocurren de él, hasta que, sin darnos cuenta, estamos al otro lado y vemos la misma historia con otros ojos.
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