La primera vez que leí la etiqueta #spanishrevolution reaccioné con condescendencia. Ay, qué ingenuos, revolución. Y sonreí, como se sonríe desde esos pedestales que nosotros mismos nos construimos para sentirnos a salvo. Pero, ¿a salvo de qué? Espera. Espera un momento —me dije—, ¿de dónde viene esa condescendencia? Del miedo. ¿A qué? A que no sea verdad. Mira las fotos, Inés, míralas con detenimiento. ¿Es mentira esa gente que está en la Puerta del Sol? No. Entonces no tengas miedo.
Por eso fui allí: para demostrarme que no lo tenía, que yo formaba parte de aquello (y para no arrepentirme de no haber participado), pero todavía insegura de que fuera conmigo. Quizá llegue tarde para mí, quizá para esto ya se me pasó el arroz.
En la concentración del martes, claro, la revolución me abrazó y yo me dejé besar, pero con reticencia. Como una amante que se siente segura en los brazos que la rodean pero que todavía no se fía de que aquello sea verdad. Hay muchos jóvenes —como si yo no lo fuera—; tengo casa y trabajo, y soy autónoma y emprendedora, tengo una carrera profesional en marcha. No tengo motivos para sentirme indignada. Salvo el pequeño detalle de que cada vez cobro menos y cada vez me cuestan más las mismas cosas. No soy gastona. Mi obsesión por la limpieza también afecta a mis arcas. Más que cigala soy hormiga. Una hormiga con tantas deudas que no llega a fin de mes, lo que la obliga a endeudarse más. Unas deudas, joder, que vienen de haberme pagado un tratamiento de tres años que la seguridad social no cubría —o, siendo honesta, la cobertura era de chiste—. Ah. Espera. ¿Tu deuda es por curarte una enfermedad? ¿Te has recuperado? Sí. Pero ahora lo estoy pagando. Joder. Como para no estar indignada.
Cuando una ha pasado la noche con su amante, regresa a casa con cierto cargo de conciencia, intentas disimular para que nadie note que hay algo distinto en ti. Así llegué el martes. Me decía que ya había cumplido, que no iba conmigo, al fin y al cabo, ellos son muy jóvenes, tienen la vida por delante y yo… Y yo tengo treinta y dos años y me he pasado la vida reivindicando que este sistema es una pantomima, que una democracia en la que el pueblo no habla (o no se le escucha) es una estafa.
Las excusas se me acabaron el miércoles. Me pasé el día en Twitter, apenas logré concentrarme en dos tareas del trabajo en todo el día. Por fin, a las seis, cuando la Junta Electoral de Madrid declaró que no autorizaba la concentración en la Puerta del Sol, me decidí a bajar. A ver si, con suerte, comprendía qué pasaba allí y si iba o no conmigo.
Entré a la plaza como si estuviera mirando un escaparate. Me situé cerca del metro que han rebautizado por SOLución y crucé los brazos, como una madre que mirara jugar a la pelota a sus hijos. Un minuto después ya me sentía ridícula. Observé mi alrededor y me di cuenta de que no era la única. Palpé el desconcierto de mis vecinos. El mismo que el mío. ¿Qué tipo de manifestación es esta? ¿Pertenezco a este movimiento? ¿Soy parte de los indignados? No sé, quizá, sí.
No tenía sentido quedarme en la periferia, así que me encaminé al corazón de la protesta. Y allí me encontré lo mismo, aunque con más apretones y más calor. Desconcierto. Indignación. Rostros que reflejaban dudas, cada cual las propias.
Me quedé cerca de las carpas más de dos horas. Allí había unos que gritaban que esto era una dictadura, al lado un grupo de personas murmuraban que tampoco era eso. Otro corrillo hablaba sobre qué hacer con su voto. Todos se ponían de acuerdo cuando llegaba la oleada de «lo llaman democracia y no lo es» o con la de «el pueblo unido jamás será vencido»; pero pronto callábamos. Yo esperaba desgañitarme como en otras manifestaciones, pero en la Puerta de Sol no se trataba de eso. No había que gritar, sino estar, ser uno más, sentirte dentro de esa marea formada por todos, porque ahí cabe cualquiera que sienta que su país se desmorona y desee cambiarlo.
Había momentos que mi parte activista me pedía que alguien cogiera el megáfono y se soltara un buen discurso, uno de esos que te emocionan y te exaltan. Pero cuando alguno de los chicos de los comités de organización tomaba la palabra, casi prefería que callara. No porque hablaran mal, sino porque no es momento para los megáfonos, ni para los grandes discursos. No somos la masa analfabeta que se movía por cuatro palabras bonitas. Somos una masa formada, con criterio (cada uno el suyo), que no quiere ser convencida de nada.
En ese momento, sentada en mitad de la Puerta del Sol, comprendí que no había ido allí a que nadie me convenciera que pertenecía a aquello, sino a demostrarme a mí misma de que soy parte de esto, porque todos somos esta revolución.
Uno llega esperando que un megáfono le diga lo que pasa ahí y sale comprendiendo que lo importante es lo que te traías ya puesto de casa; que el tiempo en el que la masa se dejaba llevar ha pasado, que cada cual elige y piensa con libertad.
El pueblo ha crecido. Ya no es un niño al que tratar con condescendencia. No va a ver pataletas de joven enfadado, al que hay que calmar para luego explicarle lo que ha de hacer con su vida.
Me acerqué allí esperando más de lo mismo (un megáfono, un discurso, una vuelta a casa con la conciencia tranquila) y me encontré con mi pueblo, orgulloso, pacífico, maduro, político. En esa plaza, en dos días, he respirado más política verdadera que en toda mi vida.
Valga de ejemplo, aunque sea pequeño y sin trascendencia, que, cuando tuve sed, me acerqué a la zona de comida, aunque todavía no sabía que esa era la zona de comidas, porque allí había una mesa llena de vasos de agua. Pregunté tímida si podía coger uno, porque estaba sedienta. «Claro», me contestaron unos ojos amables. Después de beberme toda el agua, guardé el vaso en el bolsillo. Al rato, otra chica se acercó y preguntó, con la misma timidez que yo, si podía coger un vaso de agua, otros ojos amables, distintos a los que me respondieron a mí, le ofrecieron uno. Ella se lo bebió y metió el vaso en el bolsillo. Unos minutos después, vino otro chico, también preguntó con recato si podía coger uno. Mis ojos, amables, le contestaron que sí, y le acerqué un vaso.
Alguien regaló esa agua. Y nadie se la quedó. Fue ofrecida a los mismos que la donaron.
17 Comments
Join the conversation and post a comment.
Trackbacks/Pingbacks
- 15M en los blogs de escritores y creadores | Fran Ontanaya - [...] Dragón En brazos de la revolución.- “… Uno llega esperando que un megáfono le diga lo que pasa ahí…
todo ha cambiado, pero no ha sido cosa de unos días, llevamos muchos años esperándolo y buscándolo. un beso y gracias por tu energía y la crónica
Se me ha erizado el vello leyendo el párrafo final sobre los vasos de agua.
Creo que en esa plaza, en esos dos días, no se respiraba sólo política verdadera sino humanidad verdadera.
Viendo toda la organización, leyendo la cantidad de gente que ha abierto de par en par sus puertas alrededor de Sol ofreciendo baños a los reunidos, la gente que ha donado comida, la gente parapetada bajo la lluvia sin moverse de allí…vivir para ver, soñar para creer.
Política y humanidad. Creo que es un buen resumen.
Sigamos viviendo para ver y soñando para creer ;).
Que sepas que yo había llevado los vasos de plástico esa mañana, era lo único que podía hacer para participar ya que mis obligaciones familiares me impiden estar en la concentración de las 20h. En este barco estamos todos. Gracias por tu post.
Yo estoy pensando en llevar relatos :). Cada uno aporta lo que puede y todo junto lo hace enoooorme :).
Hija estuve contigo el Martes, yo fuí por mi cuenta y muy convencida que este puede ser el momento que estabamos esperando para salir a la calle y decirles a los políticos basta ya que no sigan adulterando nuestra democracia tan duramente conseguida.
Tu reflexión me parece magnifica y me emociono viendo tu hermosa madurez.
La madre que te parió
Que viva la madre que me parió 🙂
Viva la madre que me pario a mi tambien.
Es curioso, después de toda la información que, recopilando de los diferentes medios de comunicación, y después de las acusaciones de pasividad y pasotismo que llevan soportando un par de generaciones de jóvenes, veo que por fin salto la chispa, veo que hay movimiento, veo entusiasmo, veo organización, oigo muchas ideas y muchas de ellas muy buenas, veo comportamiento y veo compromiso. En definitiva todo lo que los actuales políticos tenían al gestarse las primeras legislaturas de nuestra democracia. Ciertamente este movimiento era necesario, muy necesario, hay un sistema que cambiar y es un proceso arduo y complicado y la juventud tiene mucho que decir y mucho que decidir. Nos están diciendo que el modelo de sociedad actual no sirve, que hay que cambiarlo. Y las bocas maledicentes que los tachan de ser aleccionados por un «color» u otro lo que deberían hacer es escucharlos aprender de sus vivencias e ideas y darles paso… Si, darles paso porque tengo la seguridad de que lo haran bastante mejor que los políticos actuales (también a mi me da igual el color). Personalmente y sin ofender a nadie este 15M es el estallido nuestra Primavera española, por favor no los contengan, no los repriman. Caerán ustedes en errores del pasado. Por primera vez desde hace años me siento joven de nuevo, con renovada ilusión. ANIMO 15M tenéis todo el apoyo de este veterano
Vivan las hijas e hijos que parieron y nos permitieron a las madres este mayo
Yo leí hace unas semanas el librito de Stéphane Hessel, imagino que es lo que ha motivado la concentración en Madrid y otras ciudades de España, y la verdad que es muy interesante, la opinión de un hombre así, tan mayor y con una vida de película (desde su huida de campos de exterminio nazis, participar en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos 1948, hasta ser embajador francés en las Naciones Unidas…), y su punto de vista sobre cómo se ha retrocedido en derechos sociales y cómo los mercados se desmandan repercutiendo en los eslabones más débiles de la sociedad. Espero que estas concentraciones como la de la Puerta del Sol en Madrid sirvan e influyan en la clase política para reconducirlo todo, porque hace falta desde luego.
Me alegra haber descubierto tu blog.
Saludos.
Yo también me alegro de que hayas llegado a esta tu casa :).
Me he emocionado con tu relato y con tu madre. Las que tenemos unos años echábamos de menos el inconformismo de la juventud, alguna revuelta, alguna patada, su furia…pero tienes razón, no es solo cosa de jóvenes, también es mi pueblo y mi queja, porque estoy viva y me importa lo que suceda.
A ver cuándo me escapo a Sol.
Gracias, guapa. A mí también me ha emocionado mi madre :D.
Es lo más verídico que he leído, escuchado y visto en estos días sobre la concentración en Sol-Solución.
Estando allí compruebas que los comentarios vertidos por los medios, no han captado ni una gota del mar de indefensión, crítica, solidaridad, esperanzas y buen hacer (de momento, y esperemos que así continue) de los allí congregados. Que ni son solo jóvenes ocupas desocupados, descarriados, y demás… Que es gente a la que le gusta la gente, entre los que no parecen estar (debido a sus propias acciones) los políticos de banderita y gritos de: «Pero qué bien lo estamos haciendo y qué listos y guapos somos».
A veces pienso que deberían ser escritores los que nos dieran las noticias en lugar de periodistas: hay más realismo en el relato que en la crónica, aunque parezca mentira.
Un verdadero placer leerte, Inés.
Gracias por tus palabras, Lupe. Supongo que cada cosa tiene su lugar, la literatura es una gran verdad contada con mentiras. Aunque lo que yo he escrito en esta entrada es más una crónica personal, un relato autobiográfico si prefieres :). No me gustaría que desapareciera el periodismo, porque me temo que los escritores tenemos un pequeño problema de síntesis :D, que menos mal que (algunos) periodistas no sufren.
Tengo más de 80 años. He vivido, pues, otra juventud. Mi opinión de la de hoy, en general, era más bien mala.Pero el valor, responsabilidad y solidaridad que estoy viendo me sorprende y admira.Nosotros nos limitabamos a escaramuzas, o a ser disciplinados.Me alegra la vida, ese espectáculo