¿Qué sucede cuando un texto es abstracto o genérico?
En «La perfecta señorita», de Patricia Highsmith, se cuenta la historia de Thea. En la primera frase leemos: «Theodora, o Thea como la llamaban, era la perfecta señorita desde que nació». Si no siguiéramos leyendo, tú podrías imaginarte que Thea es una niña guapísima; mientras que yo me imaginaría a una jovencita con unos modales refinados. En ambos casos, estaríamos cerca de la Thea de Highsmith, pero con un pequeño (gran) problema: tú ves una niña y yo una adolescente. Si resulta que la historia habla de una pequeña de diez años, llegaría un momento en que yo me encontraría con una contradicción: en el instante en el que me diera cuenta de que el personaje es una niña, no sabría qué visualizar, puesto que hasta el momento habría imaginado a una adolescente. Es decir, pararía la lectura porque el personaje ya no se correspondería con lo que ha estado en mi cabeza durante buena parte de la historia. Y tendría que rehacer la imagen, con lo que esto cuesta. Probablemente me tocaría volver a empezar el relato.
¿Qué implica esto? Que una lectora (en este caso yo) se habría perdido en la lectura. ¿Cómo lo resolvemos? Dirigiendo al lector hacia donde queremos que vaya. Si nos limitamos a lo genérico, sin aportar datos concretos, cada lector imaginará lo que le dé la gana y, por tanto, expondremos nuestros textos a que un número considerable de lectores se topen con contradicciones entre lo que se han imaginado y lo que lean más adelante. Para evitarlo, mejor establecer imágenes concretas en la cabeza del lector.
Esto lo he explicado con un texto de corte realista, pero, si lo que contamos es un narración en un mundo inventado, el desconcierto del lector es absoluto. La abstracción trae consigo la falta de visualización: un mundo que no existe y que no se pueda visualizar es como un cuadro sin pintar. La concreción es un recurso básico de toda narración, en fantasía, además, es vital.
2 Comments
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Interesante píldora 🙂
Hasta el próximo verso,
Muy cierto.