25 de septiembre de 2009
Me imagino que muchos al leer el titulo os imaginaréis de qué va este texto. A lo mejor os estáis poniendo las manos en la cabeza o el corazón os ha dado un saltito (pequeño, conmigo todo tiene que ser pequeño) o tendréis en la cabeza la idea de que mejor no leerlo porque no es agradable que te describan cómo se mete una los dedos hasta la garganta para vomitar. Y, no, supongo que no es agradable imaginarse a alguien a quien quieres haciendo esa barbaridad, a pesar de que mi cabeza siga sin asumir que la palabra «barbaridad» describa bien eso que he hecho durante los últimos dos años.
Supongo que es lo más llamativo: vomitar, digo. No comer es más… aséptico. No da tanto asco. También es una barbaridad, supongo.
Seis años de anorexia, dos de bulimia, un año de terapia, un intento de suicidio, ocho meses de antidepresivos y ansiolíticos, cinco de nutricionista… Y hasta ayer no descubrí por qué vomitaba y por qué lo echo tanto de menos. Diablos si lo echo en falta.
Era más fácil, todo era más fácil: iba al supermercado compraba kilos de dulces y salados prohibidos, que me comía como un perro engulle un trozo de carne cruda. Y, después, después venía lo mejor: el ritual. La satisfacción por lo que va a venir, el deseo de sentirlo de una vez, el ansía de vaciarlo todo, de sacarlo fuera. Me quitaba las gafas y el anillo, cogía el felpudo del baño y lo situaba enfrente del váter, para no hacerme daño en las rodillas, miraba con cautela el fondo de la taza y, entonces, los dedos… hasta que empezaban las arcadas. Dos, tres, cuatro, seis, las veces que hicieran falta para sentir mi estómago vacío. Y con cada arcada soltaba toda la mierda, la del estómago y la otra.
La que ahora se queda dentro y me deja sin armas porque ya no puedo vaciarme, porque me toca hacer un ejercicio de fe, a pesar de mi agnosticismo, y creer que obligarme a vomitar es una barbaridad. Pero con cada arcada, con cada devuelto caía al váter un «no vales para nada», «eres invisible», «eres inútil», «no eres capaz ni de hacer lo más sencillo», «¿escritora?, ¿tú? No me hagas reír», «¿profesora?, ¿pero a quién intentas engañar?», «¿diseñadora web? Por favor, ¿quién te va a tomar en serio?». Y cuando tiraba de la cadena, todo eso se iba, y a mí solo me quedaba lavarme la cara y las manos, ponerme el anillo y las gafas y sentarme en el sofá a tiritar y a dormir, a no pensar más porque todo se había ido por la taza, todo estaba limpio.
Pero, ahora, ahora ya no hay taza del váter. Ya no me pongo de rodillas ni me meto los dedos en la garganta para dejar de escucharme, para soltar todo lo que me amarra a unas cadenas que aprietan tanto que no tengo espacio para respirar. No, ahora ya no tengo esa sensación maravillosa, la de sentir que se ha vaciado todo, que no queda nada dentro, la de que mi cabeza deje de funcionar y se ponga en stand by. Ahora toca enfrentarse a ello y buscar otra forma de sacarlo.
Y aquí estoy, usándoos de taza de váter, porque tengo que vomitar, de alguna forma tengo que vomitar todo esto porque todavía no sé qué se hace cuando una piensa que es una mierda, que no vale para nada, que no hay nada que haga bien y que sirva para algo, cuando una se siente tan pequeña que anda por las calles como si arrastrara una bola de hierro monstruosa agarrada a los pies por grilletes, cuando se sabe invisible al mundo, cuando sonríe y lo que quiere es gritar, gritar que se callen, que dejen de tratarme como si pudiera soportarlo, porque no lo soporto, no soporto ni una crítica, ni un desliz, ni un comentario, nada, no puedo con ello porque ahora no tengo donde soltarlo y porque una crítica bienintencionada se convierte en un «¿lo ves?, jamás conseguirás escribir nada que valga la pena», porque un desliz sobre el color de mi chaqueta se transforma en un «no le gustas a nadie, no sabes vestirte, eres fea y gorda, todo te queda mal, no sabes siquiera conjuntar la ropa y, si eso no lo sabes hacer, ¿cómo vas a ser una buena diseñadora?» y porque un comentario o un debate sobre qué es un género literario se convierten en dos días de lágrimas, de no querer salir de casa, de desear que la tierra me engulla porque nunca estaré a la altura de la tertulia de los miércoles, porque yo solo escribo morralla y las historias que tengo que contar son historias huecas que hablan de dragones y hadas… de ese mundo que me ha permitido vivir a pesar de los grilletes, pero que solo forma parte de mi mente perturbada.
Necesito vomitar, necesito una taza de váter y la única que conozco, además de la que está en mi cuarto de baño, es la escritura. Por eso nace este proyecto, para poder vomitar desde Mi atalaya.
12 Comments
Join the conversation and post a comment.
No sé ni si decir algo. Has vomitado tan bien todo esto que a mí se me ha quedado un algo muy gordo dentro. Las lágrimas procuraré que sean pequeñas, Inés.
Que de una manera u otra sintamos lo mismo, diferentes personas, no cambia lo que siente cada uno dentro.
Eres muy valiente.
Abrazos a pares
No tengo palabras . Es más, no creo que haya nada que pueda escribir aquí que no sea una gilipollez. Bueno sí, que, con muy poca diferencia de tiempo, he descubierto este texto y he tenido ocasión de descubrirte como profesora y -Diablos- lo haces tan bien que casi parece fácil.
Joder, Inés. Hay muchísimas palabras que se me vienen a la cabeza, al corazón. A las manos, incluso. Hay un sentimiento que no se había ido y que ahora llama de nuevo en mi memoria. Y hay una empatía demasiado fuerte por haber pasado por lo mismo, hace tanto tiempo, cuando pensaba que lo mejor de la vida era para los demás, no para mí. También utilicé la técnica digital para convencerme de tenerlo todo bajo control y aún tengo días, pero son tan pequeñas las ganas de volver a pasar por aquello que, por fortuna, se me olvida. Una cosa sí es cierta, y es que te agradezco la sinceridad y la valentía, y la belleza con la que lo has contado.
No os contesto uno a uno porque me abruman tantas buenas palabras y se me secan las respuestas (las que se me ocurren me parecen tan ñoñas que las descarto), pero las estoy recibiendo con el cariño que han sido escritas, y os las agradezco de corazón.
Hola. Vaya, sí que pasaste por una situación difícil, pero la superaste, y lo que no te mata te hace más fuerte. Como escritora puedes usar esa experiencia. En mi ciudad hay un escritor, Tomás De Matos, que sufrió un infarto y se salvó por poco, y un tiempo después dijo en una entrevista que iba a usar esa experiencia: todo sirve. Incluso yo, un simple bloguero, utilizo todo lo que puedo. Cómo serían mis cuentitos de terror si una vez no me hubiera perdido, si no me hubieran agarrado tormentas andando en el campo, en la ruta o en el monte… tal vez ni escribiría, porque empecé haciendo cuentos de terror rural.
Bueno, te mando un saludo desde Uruguay!!
Ya sabes lo que pienso, lo hemos hablado muchas veces. Eres escritora con gran sensibilidad, eres profesora generosa, que es la mayor virtud a la que puede aspirar una maestra, y eres amiga de las que escuchan y dan consejos buenos y sensatos.
Bajaste la tapa del váter y bien bajada está. Lo hiciste tú, con tu fuerza y con la fuerza de los que te quieren y eso no desaparece, es tan hermoso como duro es lo que has sufrido.
Gracias por tu valentía.
Solo quiero decir: ¡Felicidades! -desde mi experiencia semejante a la tuya en algunos aspectos- por ser tan valiente.
Un fuerte abrazo, Inés.
Ya sabes cuáles son mis palabras, y todo lo demás. Te quiero
Hola Inés. Posiblemente no te acuerdes de mí, pero nos conocimos un buen día en una terraza porque ambas eramos alumnas de Berna. Mientras leía tus «palabras vomitadas» he sentido que muchas de esas experiencias eran comunes. Nunca he sido bulímica física, pero creo que sí emocional. Al igual que tú tengo necesidad de vomitar los sentimientos encontrados que fermentan en mi estómago provocando un amargo sabor a hierro y olvido. Pero lo más curioso ha sido constatar que el mundo está repleto de personas invisibles, que aguardan ser descubiertas en cualquier esquina, o ser abrazadas después de una noche de llanto solitario. Sé que la invisibilidad no es un estado, es un sentimiento, pero también sé lo difícil que es combatirlo y tú lo has conseguido, yo sigo peleando para hacerlo. ¡Enhorabuena, preciosa!
Me alegro de que estés recuperada, Inés. Guardo muy buen recuerdo del curso de literatura fantástica, y por tanto también de esos meses contigo como profesora. Te felicito, como te dijeron los demás, porque las cosas vayan mejor.
Un abrazo.
La verdad es que sí que existen circunstancias en las que tienes la sensación de que las palabras se quedan en poco y que deberías inventar un lenguaje nuevo para expresar una idea, demasiado profunda y demasiado intensa, para que una palabra pueda definirla, por mucho que un diccionario oficial te insista en que sí que existe y te dé una definición adecuada. Sencillamente, esa palabra no tiene la música de lo que quieres expresar. Sólo se me ocurre decírtelo como sé, aunque tenga un sabor pobre e insulso de lo que realmente significa: Cada vez que alguien como tu se niega a tirar la toalla el mundo se vuelve un poquito mas amplio,
un poquito más luminoso, un poquito mas emocionante. La fantasía se vuelve un poquito más real y el mundo mucho menos gris de lo que suele ser.
Nos vemos en la escuela.
Me alegra que un día confiaras en mí como para contarme algunas de estas cosas y me alegra que ahora puedas contarlo en abierto y estés orgullosa de lo avanzado. Adelante, siempre adelante.